Diálogo Entre Simón Y Felipe, Año de 1740 E.'.V.'.


Curioso documento que relataría una conversación 
de reconocimiento entre masones.

Diálogo entre Simón, masón de ciudad, y Felipe, un masón que está de paso.


Simón: Señor, acabo de recibir una carta que contiene este trozo de papel. Os
ruego que me digáis qué es lo que queréis.
Felipe: Estoy de paso, busco una cierta asociación y, habiendo oído decir que sois
un hermano masón, me he permitido contactar con vos.

Simón: ¿Sois masón?
Felipe: Sí (como tal soy tenido por todos los compañeros y hermanos).

Simón: ¿Y cómo sabré que sois masón?
Felipe: La palabra es justa.

Simón: Si es justa, dádmela justa.
Felipe: La deletrearé con vos, si os place.

Simón: Dadme la primera letra y yo os daré la segunda.
Felipe: ...
Simón: ...
Felipe: ...
Simón: ...

Felipe: La palabra es ..., pero dado que no os conozco, y que vos tampoco me
conocéis, y que, por razones de prudencia, no debemos responder a más de tres
preguntas, pues podrían sernos planteadas por un impostor, os pregunto: ¿cuáles
son vuestros signos?
Simón: Nuestros signos son todos escuadras, ángulos y perpendiculares.

Felipe: ¿Y cuáles son vuestros toques?
Simón: Todos son agarres fraternales hechos con la mano y gracias a los cuales los
hermanos se reconocen entre sí.

Felipe: ¿Cuáles son los puntos de vuestra recepción?
Simón: Oír y callar los secretos de un masón.

Felipe: ¿Cómo habéis sido recibido masón?
Simón: Por tres golpes dados a la puerta, el último después de un tiempo doble al
primer intervalo, y con más fuerza.

Felipe: ¿Cuál es la primera pregunta que el maestro os hizo cuando fuisteis
recibido?
Simón: Me preguntó si era por mi propia y libre voluntad que yo venía allí para ser
hecho masón. Respondí que sí.

Felipe: ¿Qué habéis visto antes de ser hecho masón?
Simón: Nada que pueda comprender.

Felipe: ¿Qué habéis visto después?
Simón: Tres grandes luces.

Felipe: ¿Cómo las llamáis?
Simón: El sol, la luna y el maestro.

Felipe: ¿Dónde estaba vuestro maestro?
Simón: Al este.

Felipe: ¿Por qué al este?
Simón: Para esperar el amanecer, a fin de enviar a los hombres al trabajo.

Felipe: ¿Dónde estaban los vigilantes?
Simón: Al oeste.

Felipe: ¿Por qué al oeste?
Simón: Para esperar que el sol se oculte, a fin de que los hombres abandonen el
trabajo.

Felipe: ¿Dónde estaban los compañeros de oficio?
Simón: Al sur.

Felipe: ¿Por qué al sur?
Simón: Para recibir e instruir a todos los nuevos hermanos.

Felipe: ¿Dónde estaban los aprendices recibidos?
Simón: Al norte, para oír y callar, y esperar al maestro.

Felipe: Decís que visteis tres grandes luces; ¿no habéis visto otra luz?
Simón: Sí, una, que superaba en mucho al sol y a la luna.

Felipe: ¿Qué era?
Simón: La luz del evangelio.

Felipe: ¿Por qué habéis sido hecho masón?
Simón: Por el amor de la letra G.

Felipe: ¿Qué significa?
Simón: Geometría.

Felipe: ¿Por qué Geometría?
Simón: Porque ella es la raíz y el fundamento de todas las artes y ciencias.

Felipe: Decidme, os lo ruego, cuánto dinero teníais en vuestra bolsa cuando habéis
sido hecho masón.
Simón: Absolutamente ninguno.

Felipe: ¿Y cómo habéis sido hecho masón?
Simón: Ni desnudo ni vestido, ni de pie ni acostado, ni de rodillas ni alzado, ni
descalzo ni calzado, sino en un estado correcto.

Felipe: Y ese estado, ¿cuál era?
Simón: Tenía una rodilla descubierta en tierra, con los brazos de un compás en
forma de escuadra sobre mi pecho. Es entonces, y en esta postura, que presté el
solemne y sagrado juramento de masón.

Felipe: Repetid vuestro juramento.
Simón: Prometo solemnemente, y declaro ante Dios y ante esta respetable
asamblea, que callaré y no revelaré jamás lo que he oído, a saber, los secretos o el
secreto de los masones o de la masonería que me han sido, me son aquí o me
serán desvelados, sea a un hombre, a una mujer o a un niño; no los imprimiré, ni
los picaré, ni los grabaré, sea sobre un soporte móvil o inmóvil, o de cualquier otra
manera que pudiera permitir descubrir los secretos de un masón o de la masonería.
Ello bajo pena de que se me arranque el corazón del pecho, de que se me arranque
la lengua del paladar, se me corte la garganta, se haga trizas mi cuerpo con
caballos salvajes, y sea enterrado en las arenas de la playa, allí donde la marea
sube cada 24 horas; o también bajo pena de que se ate mi cuerpo, se reduzca a
cenizas y sean dispersadas a los cuatro vientos, de manera que no subsista el
menor recuerdo de mí. Que Dios venga en mi ayuda.
Luego el primer vigilante me puso un mandil blanco diciéndome estas palabras: Yo
os pongo la marca distintiva de los masones, que es más antigua y más honorable
que la Orden de los Caballeros de la Jarretera.

Felipe: Estoy contento de constatar que sois masón, después de lo que me habéis
repetido de vuestro juramento. Si queréis, podéis preguntarme lo que penséis
oportuno.

Simón: Quisiera preguntaros dónde está vuestra logia.
Felipe: En el valle de Josaphat, fuera del alcance del chismorreo de las gallinas, del
canto del gallo y del ladrido de un perro.

Simón: ¿Cuál es la altura de vuestra logia?
Felipe: Es tan alta como el cielo, y tan profunda como la tierra.

Simón: ¿Cuántos pilares hay en vuestra logia?
Felipe: Tres.

Simón: ¿Cómo los llamáis?
Felipe: Belleza, Fuerza y Sabiduría.

Simón: ¿Qué representan?
Felipe: La belleza adorna, la fuerza sostiene, y la sabiduría inventa.

Simón: ¿De qué logia sois?
Felipe: De la muy respetable logia de san Juan.

Simón: ¿Cuántos signos posee un masón?
Felipe: Cinco.

Simón: ¿Cómo los llamáis?
Felipe: El signo pedestre, el signo manual, el signo pectoral, el signo gutural y el
signo oral.