Simbolismo y Arte



“El símbolo
es el vehículo que liga dos realidades, o mejor dos planos de una misma realidad. Participa pues de ambas: de allí su pluralidad de significados. Para la antigüedad, el símbolo era el representante de una energía-fuerza que permitía la ruptura de nivel, el acceso a otros mundos, o la obtención del conocimiento de diferentes planos de este mismo mundo, caracterizados por distintos grados de conciencia.

El símbolo era y es, en consecuencia, el medio de comunicación entre los dioses y los hombres, objeto sagrado por excelencia, ya que cuenta la historia verdadera, la eficaz, y no la siempre cambiante, de múltiples falsas apariencias.

El término griego “symbolon” se refería a dos mitades de algo que se juntaban, que coincidían, y conformaban un signo de reconocimiento; puede apreciarse inmediatamente que estas dos mitades son análogas, lo que caracteriza la simbólica, pues nada ni nadie puede expresar o transmitir algo si no lo hace mediante una correspondencia entre lo que quiere manifestar y la forma en que lo manifiesta, es decir, el arte con que lo hace.

En este libro Federico González nos habla de Simbolismo y Arte mediante un ajustado discurso, una poética, que como tal tiene un indudable trasfondo musical”
Así reza la contraportada de este corto pero denso libro, donde queda reflejada parte del pensamiento esencial de Federico González, su autor, nacido en Buenos Aires en 1933, y que vivió muchos años en Barcelona (España) donde en 1979 fundó el Centro de Estudios de Simbología; actualmente radica en Guatemala pero mantiene contactos fluidos con sus colaboradores y seguidores.

Metodológicamente, y dada la densidad del texto, me ha parecido oportuno analizar capítulo a capítulo su contenido, resaltando aquellos elementos conceptuales que han llamado más mi atención; si bien, pudiera pasar que en este obligado resumen hubiera olvidado alguno, que un paciente lector pudiera recabar como trascendente.
Aconsejo la lectura del libro, no muy extenso en páginas pero sí de una profundidad conceptual remarcable, para las personas que quieran ir más allá de las líneas del presente extracto.

Capítulo I
“Simbolismo y Cosmogonía”

Parte de la concepción de la Cosmogonía, ciencia que ha existido en todos los pueblos arcaicos y tradicionales y que se refiere al conocimiento del hombre (cosmos en pequeño) y el universo (hombre grande) y que describe una sola única realidad, la del cosmos, que es esencialmente inmutable, a pesar de las cambiantes formas en que puede expresarse o ser aprehendida, y que se mantiene perennemente viva. Dicha ciencia ha sido denominador común de todas las tradiciones conocidas.

El modo normal en que esa Cosmogonía Universal y Perenne se expresa es el símbolo, o un conjunto de símbolos en acción, constituyendo códigos y estructuras que se conjugan permanentemente entre sí manifestando y vehiculando la realidad.
El símbolo no es arbitrario, revela realidades arquetípicas.

Hay diversos tipos de símbolos, los numéricos y los geométricos, y de entre ellos hay uno especialmente evocador “el símbolo de la rueda”, símbolo del movimiento y también de la inmovilidad, que puede girar y reiterar sus ciclos, posibilitando la marcha, merced a un eje inmóvil.

Los símbolos no son para la Simbólica, lo que suele entender hoy el hombre contemporáneo, simples alegorías o convenciones impuestas por el ser humano, el símbolo va más allá de los aspectos prácticos o psicológicos, esencialmente su carácter es metafísico y ontológico (en cuánto se refiere al ser y es transformador) y por la tanto arquetípico; y su función es la de llevar de lo conocido a lo desconocido; el símbolo ha tenido una importancia trascendental en las culturas tradicionales, dado que se le consideraba cargado de una energía especial, de una fuerza mágica, por manifestar verdades desconocidas de secretos implícitos en el mundo, y de este modo revelarlos.

El mito es un símbolo que se transmite de manera oral; de otro lado el rito dramatiza el mito y perpetuamente lo actualiza, simbolizándolo; por lo que símbolo, mito y rito conforman un solo conjunto, por lo que debe darse por sobren entendido que cuando se habla de símbolo, también nos estamos refiriendo a mito y rito.

El símbolo es el vehículo que liga dos realidades, o mejor, dos planos de una misma realidad; participa pues de ambas, de allí su pluralidad de significados.
El símbolo está íntimamente relacionado con las leyes de la analogía y correspondencia presentes en el Modelo del Universo, en la Cosmogonía Perenne.

Capítulo II
“Simbolismo y Ciencia Sagrada”

Considera el simbolismo del árbol, de la montaña, de la pirámide, de la escalera, y los asocia a los posibles grados de conocimiento, de consciencia humana, de lectura de la totalidad de la manifestación.

Contempla la jerarquía de los cuatro mundos, asociados a diferentes lecturas: la literal, la alegórica, la cosmogónica y la metafísica; lo cual le da pié a hablar de la Iniciación, conocida unánimemente por los pueblos arcaicos y tradicionales, donde a través de sus símbolos y ritos se ofrece a los interesados una vía de realización.

Trata el tema de la “conjunción de opuestos”, a través del símbolo conocido como el “Ying-Yang” de la Tradición Extremo Oriental; el taoísmo considera que el equilibrio cosmogónico se debe a la acción permanente de dos fuerza opuestas, el Yang (positiva) y el Ying (negativa), las que configuran una armonía, la cual es el propio universo, y que estas energías, figuradas por una doble espiral, se hallan presentes en cualquier cosa, ser o fenómeno, configurando todo proceso creativo.

Por lo que el taoísmo, como cualquier otra tradición no excluye el mal, la destrucción, etc. En su cosmogonía, sino que lo incorpora como un componente de la realidad, no excluye los contrarios sino que los complementa. No hay nada bueno ni malo en sí; lo que es bueno para unos puede ser malo para otros, lo que ayer fue deseable es atroz para hoy, y viceversa. Lo que si es sumamente inconveniente es tener opiniones inamovibles sobre diversos temas, que aparte de ser fijadas por usos y costumbres, no son personales.

La conjunción de opuestos es uno de los temas centrales del esoterismo y la simbólica a la que también se suele representar con dos columnas, por ejemplo los pilares J y B en Masonería, o las de misericordia y rigor del diagrama del Árbol de la Vida cabalístico.

La cosmogonía es sólo una y es la misma para todo tiempo y lugar; todas las cosmogonías conocidas, o sea las proyecciones de la cosmogonía primordial, llevan inmediatamente al reconocimiento inmediato de otra posibilidad siempre presente, cuya manifestación misteriosa es la totalidad del cosmos.

La numerología y la geometría expresan las “medidas”, los módulos reguladores de la armonía universal, las “proporciones”; ese juego de tensiones en permanente desequilibrio-equilibrio que conforma la totalidad de lo creado.

Si el símbolo es manifestación y si en lo más hondo de cualquier expresión se halla escondida una significación oculta, una realidad otra, es lógico pensar que el arte cumple una función extraordinaria como sistema de comunicación, y sobretodo de cohesión en el mundo.

El arte es símbolo en acción, y por lo tanto rito; y no hay rito más perfecto que la cosmogonía, el funcionamiento complejo y sutil de la máquina del mundo, una entidad orgánica que constantemente vive el despliegue de sus posibilidades hasta sus propios límites, configurando la más bella, profunda e inteligente obra de arte. El artista es entonces el ser capaz de condensar por su mediación las fuerzas cósmicas, el oficiante del rito creacional.

Capítulo III
“El Ser del Tiempo. Simbolismo de los Calendarios”

Los calendarios se inventaron originariamente con criterios más allá de la pura medición temporal, de la cronometría; el calendario simbolizaba una concepción totalizadora y instrumental del Conocimiento, constituyendo parte esencial de la misma Creación Universal (...Así pues la Eternidad está en Dios, el cosmos está e la Eternidad, el tiempo está en el cosmos, el devenir está en el tiempo. Y mientras que la Eternidad permanece inmóvil rodeando a Dios, el cosmos está en movimiento en la Eternidad, el tiempo se realiza en el cosmos y el devenir transcurre en el tiempo. Hermes Trimegisto).

Para una visión tradicional, el Tiempo es el soplo vital, el Gran Cohesionador de lo creado, y es absolutamente natural que su expresión gráfica sea la de una circunferencia que al limitar un espacio configura un círculo.

Si el tiempo es sumamente sagrado para una sociedad tradicional, también lo es el calendario, miniatura e imagen del cosmos.

Son tres grandes hitos, o maneras de ver el conjunto de la creación, marcados en primer lugar por un movimiento correspondiente a la Tierra (rotación) el cual incluye a la Luna y sus fases como medida de la reiteración de ese movimiento; en segundo término el movimiento de traslación, que es el que teniendo el Sol como eje visible realiza la Tierra en un año recorriendo las estaciones zodiacales; y finalmente el movimiento de trompo que produce la Tierra al girar sobre su propio eje.

Son tres las mediciones básicas a las que se refieren los calendarios y que se corresponden con el orden natural de la creación universal, pues tienen como referencia a la Tierra y su rotación, al Sol en su recorrido anual y la precesión de los equinoccios, estando estas mediciones realizadas desde una perspectiva antropocéntrica.

Capitulo IV
“Arte, Símbolo y Mito en las culturas tradicionales”

Para un hombre tradicional o arcaico todo es sagrado y el universo un juego perenne de relaciones misteriosas y simbólicas, poseedoras en sí mismas de significados evidentes.
La analogía establece leyes de correspondencia entre el macro y microcosmos, entre el universo y el hombre, entre lo visible y invisible, lo aparente y lo real, lo pasajero y lo eterno, lo natural y aquello sobrenatural. El símbolo es el revelador de estas correspondencias e igualmente el vehículo capaz de religarlas.

La posibilidad de generar códigos simbólicos (los que abarcan la totalidad del ser en una sociedad tradicional) son inherentes al hombre mismo, puesto que éste es un universo en pequeño y como tal tiene la posibilidad de recrear las leyes cósmicas gestando de ese modo las culturas particulares de los innumerables pueblos.

Pero un auténtico símbolo no es sólo un mero signo capaz de ser el intermediario entre una imagen y un concepto a nivel psicológico, sociológico u horizontal, sino la realidad inmanifestada de un proceso vertical en el que él constituye per se lo significado y lo significante, ya que es revelador a escala humana de lo secretos de una Superestructura, siempre presente, imagen de la Mente Divina.

Los símbolos, como los mitos, no han de considerarse de forma individual, sino en relación con otros símbolos y mitos con los que se vinculan formando conjuntos.
Hay que tener en cuenta el carácter iniciático del símbolo y del mito como transmisores del Conocimiento, sus poderes transformadores y generativos, su realidad metafísica y mágica.
El rito es el mito en acción y los elementos que utiliza, ya sean sonoros, visuales o gestuales son simbólicos. El rito dramatiza el mito a través de los símbolos.

Una de las diferencias entre una sociedad sagrada y otra profana es que tanto los símbolos como los ritos o los mitos han desaparecido prácticamente de estas últimas o se les ignora. En las sociedades tradicionales todo es simbólico.

El arte, o lo que nosotros hoy llamamos artes, son para estos pueblos unos gestos naturales que repiten y recrean una y otra vez el cosmos a través de símbolos precisos efectuados de manera ritual. El arte es una forma de rito.

Los ritos no son exclusivamente ceremonias mágico-religiosas, sino la suma, o mejor, el conjunto de las expresiones de una cultura.

La función ritual que siempre ha poseído el arte es la de fiar la Tradición en su aspecto más profundo: expresando, recreando los orígenes (de ahí su originalidad) por mediación de la belleza.

El mayor símbolo posible es la unidad del cosmos, y también la suma de todas y cada una de sus partes indefinidas en cuanto éstas manifiestan a nivel sensible, todas las posibilidades de lo que puede ser percibido que, siempre es en última instancia la unidad del ser.

Tanto el mito como el rito cargan al símbolo con una componente emocional. El mito es la vivificación del símbolo y los dos conforman la posterior representación prototípica y sagrada del rito y la ceremonia, y también la del arte; ambas imitaciones o representaciones de ellos. Se podría decir que el rito (no sólo en cuanto ceremonia religiosa) y arte, es decir ambos tomados en sentido absoluto, no son sino representaciones de la regeneración perpetua del cosmos en cuanto están identificados con él, formando por lo tanto una unidad.

Capítulo V
“Arte Alquímica”

La Alquimia es la ciencia y el arte de la transmutación y la transformación humana, tomados estos dos términos en sentido etimológico; y por lo tanto ella describe y posibilita un proceso que los seres del mundo de todas las épocas han conocido y que, incluso, han tomado como una verdad esencial: el objeto (y sujeto) de su conocimiento, y la razón de ser de las iniciaciones, los símbolos y los ritos.

La presencia de “otras” realidades, tanto en el macrocosmos como en el hombre, ha sido conocida desde siempre por los seres humanos y sus sociedades.

Ese arte y ciencia de la realización de las potencialidades o virtualidades del ser humano, que es la característica esencial de la transformación, es común a todas las tradiciones y al pensamiento del hombre en general.

Una constante fundamental en el arte alquímico es que su fin está invertido con respecto a las posibilidades del hombre en estado ordinario, que siempre busca la multiplicidad y la dispersión, mientras que todo proceso alquímico tiende a una síntesis, a una concentración de posibilidades del mismo; se trata de una “conversión”, de una vuelta a los orígenes, o a la fuente primordial de donde todo ha emanado.

Desde el punto de vista alquímico estamos invertidos con respecto al discurso creacional que constantemente va de lo menor a lo mayor (una gota de semen es el origen físico de un ser humano); mientras que el alquímico se basa en lo manifestado para remontarse a la inmanifestación, provocando es ser humano en sí mismo una “regeneración”.

Capítulo VI
“Arte Teúrgica”

Si la Alquimia es el arte y ciencia de las transformaciones y transmutaciones, la Teúrgia persigue los mismos fines y se basa en idénticos principios, es decir en analogías y correspondencias. Pero la Alquimia trata más del ser individual que del universal, del microcosmos más que del macrocosmos.

Tanto Teúrgia como Magia utilizan además procedimientos similares, por lo que tal vez su diferencia estriba no tanto en la índole de la coreografía ritual, sino más bien en el ánimo de los participantes, en sus intenciones, y sobre todo en el conocimiento directo del universo de energías invisibles que expresa y plasma la ceremonia.

En la base de todo rito, incluido el mágico, se encuentra la idea de que el Universo es un Todo indisoluble e indivisible en partes. El hombre es el corazón del Universo.
¿Qué más operativo y mágico que la oración del corazón, la cual debida a una concentración en el meollo del ser humano que pronuncia la plegaria o invocación, se dirige al corazón del Ser Universal con el que pretende, y logra armonizarse?

El Arte Teúrgico es impersonal y sus ritos adecuados a la cadencia y armonía de la magia natural, que genera permanentemente los fenómenos y sustancias de la creación mediante arquetipos inmutables que paradójicamente cambian constantemente de modo.

En la Teúrgia , no existen fines particulares sino los prototípicos, que son simbólicos. La Teúrgia no espera resultados concretos, es siempre actual, jamás a nadie que participó en alguno de sus ritos se le ocurrió verificar el “resultado” de sus ceremonias.

El objetivo último de la Teúrgia es ligar con la cadena interna de unión, con la Iglesia Secreta, El Colegio Invisible que opera y se manifiesta en nosotros y en nuestro entorno, dándonos así el poder de expresar la ciencia Sagrada.

Una de las prácticas teúrgicas de mayor importancia en Occidente, y que ha tenido también valor primordial bajo diversos aspectos entre los pueblos arcaicos, es la invocación a las Musas por medio de incantaciones.

Capítulo VII
“Arte Musical”

La música occidental nace míticamente con la lira de Apolo y el patrocinio de las musas, aunque debemos vincularla también con los martillos de distintos pesos que oyó sonar Pitágoras en una herrería, adaptando posteriormente esa escala a una cuerda cuyo sonido está dado por las proporciones de su largo, la cual conforma el monocordio, que se constituye en un modelo permanente de la Teoría musical posterior, capaz de sintonizar con la armonía de las esferas y su música celeste, ya que los distintos sonidos y sus proporciones son expresiones de la manifestación cósmica, a la que reflejan. Estas relaciones y especulaciones entre la música, la cosmología y al metafísica son propias de todo el pensamiento occidental.

Estas proporciones establecen también las normas de la arquitectura y las artes visuales, el plano de la ciudad, el metro poético, y se reflejan en todos los aspectos culturales e institucionales.

Estos módulos conforman la estructura de base de la cultura de las sociedades que no están en decadencia, las que toman los ritmos y proporciones como leyes que todo el universo refleja a su manera.

Una Tradición Universal se expresa en diferentes culturas, adquiriendo distintas formas tradicionales como vástagos de un arquetipo común, tal como la unidad se haya presente en la multiplicidad, pese a que cada número de la serie sea diferente y exprese conceptos disímiles a los otros. En este sentido la audición de los distintos pueblos constituye su música, que es el resultado de las relaciones y proporciones entre los diversos sonidos, signos o señales que conforman su encuadre cultural.

El Arte Musical es capaz, por su propia naturaleza y sus valores intrínsecos, de manifestar ayer, hoy y mañana, lo no manifestado, la perpetúa posibilidad: aquello que, sin ser jamás, igualmente conforma el sonido paradigmático de la esperanza.

La música es la manifestación de un gesto primigenio que se resuelve encanto y danza; es la irrupción del tiempo en un espacio arquetípico y la necesaria incorporación del movimiento que dinamiza la totalidad del ámbito vital.

Saber es escuchar la música cósmica, obtener una respuesta que se ordena igualmente en cada quien a fin de acceder a la audición metafísica.

La comprensión de ese simbolismo sonoro, o sea, la posibilidad metafísica que la música encarna, agrega una dimensión más a lo audible; también una manera distinta de percibir el movimiento como elemento constitutivo del espacio musical.

No hay necesidad sin posibilidad, contrariamente, no hay posibilidad sin necesidad. Lo posible es necesario y lo necesario posible.